jueves, 24 de marzo de 2011

Madre Eugenia E. Ravasio: “El Padre le habla a sus hijos” PDF

 

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Dios Padre [Fotografía auténtica del cuadro que madre Eugenia hizo pintar
después de las apariciones.]

Dios Padre:

“TODOS LOS QUE ME LLAMARAN CON EL NOMBRE DE PADRE, AUNQUE FUERA UNA SOLA VEZ, NO MORIRÁN SINO QUE ESTARÁN SEGUROS DE SU VIDA ETERNA EN COMPAÑÍA DE LOS ELEGIDOS.”

 

EL MENSAJE DEL PADRE

1° Fascículo

1° de Julio de 1932. Fiesta de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. ¡He aquí finalmente el día para siempre bendito de la promesa del Padre Celestial! Hoy terminan los largos días de preparación y me siento cerca, muy cerca de la llegada
del Padre mío y Padre de todos los hombres.
¡Algunos minutos de oración y después todas las alegrías espirituales! ¡Tengo sed de
oirlo y de verlo!
Mi corazón ardiente de amor se abre con una confianza tan grande que he podido
constatar que hasta ahora no había estado tan confiada con nadie.
Pensar en mi Padre me lanzaba en una loca alegría.
¡Finalmente cánticos comienzan a oirse. Algunos ángeles vienen y me anuncian la feliz
llegada! Sus cantos son tan bellos que me propuse de transcribirlos apenas posible.
Esta armonía cesó por un instante y he aquí el cortejo de elegidos, de querubines y de
serafines, con Dios nuestro Creador y Padre nuestro.
Postrada, con el rostro en el suelo, hundida en mi nada, recité el Magnificat. Enseguida
el Padre me dijo que me sentara con El para escribir lo que había decidido decirle a los
hombres.
Toda la corte que lo había acompañado desapareció. El Padre se quedó solo conmigo y
antes de sentarse me dijo:
“¡Te lo dije ya y te lo repito: no puedo donar una vez más a mi Hijo predilecto
para demostrarles a los hombres mi amor! Ahora es para amarlos y para que
conozcan este amor que yo vengo en medio de ellos, tomando el aspecto y
semenjanza, y la pobreza.
Mira, ¡pongo en el suelo mi corona y toda mi gloria para tomar la actitud de un
hombre común!”
Después de haber tomado la actitud de un hombre común poniendo su corona y su gloria
a sus pies, puso el globo del mundo sobre su corazón, sosteniéndolo con la mano izquierda, y
se sentó junto a mí. ¡Puedo solo decir algunas palabras, ya sea sobre su llegada y sobre la
actitud que se dignó asumir, ya sea sobre su amor! En mi ignorancia no encuentro palabras
para expresar lo que El me hizo entender.
“¡Paz y salvación, dijo, para esta casa y para el mundo entero! ¡Que mi
potencia, mi amor y mi Espíritu Santo toquen los corazones de los hombres, para
que toda la humanidad se encamine hacia la salvación y venga hacia su Padre, que
la busca para amarla y salvarla!
Que mi Vicario Pío XI comprenda que estos días son días de salvación y de
bendición. Que no se deje escapar la oportunidad de llamar la atención de los hijos
hacia el Padre, que viene para darles el bien en esta vida y para prepararles la
felicidad eterna.
Escogí este día para iniciar mi obra entre los hombres porque es la fiesta de la
Sangre Preciosa de mi hijo Jesús. Tengo la intención de bañar con esta sangre la
obra que estoy iniciando, para que dé grandes frutos para la humanidad entera.

Hé aquí el verdadero objeto de mi venida:
1) Vengo para eliminar el temor excesivo que mis criaturas tienen de mí, y para
hacerles comprender que mi alegría está en el ser conocido y amado por mis
hijos, es decir, por toda la humanidad presente y futura.
2) Vengo para traerles la esperanza a los hombres y a las naciones. ¡Cuantos la
han perdido desde hace mucho tiempo! Esta esperanza les hará vivir en paz y
con seguridad, trabajando para la salvación.
3) Vengo para hacerme conocer así como soy. Para que la confianza de los
hombres aumente contemporáneamente con el amor hacia mí, el Padre, que
tiene una sola preocupación: velar sobre todos los hombres, y amarlos como
hijos.
El pintor se deleita contemplando el cuadro que pintó; ¡así mismo yo me
complazco, me alegro, viniendo en medio de los hombres, obra maestra de mi
creación!
El tiempo apremia. Quiero que el hombre sepa lo más pronto posible que lo amo
y que siento la más grande felicidad estando con él, como un Padre con sus hijos.
Yo soy el Eterno y cuando vivía solo ya había pensado en usar toda mi potencia
para crear seres a mi imagen y semejanza. Pero se necesitaba primero la creación
material para que estos seres pudieran encontrar su apoyo: entonces fué la creación
del mundo. Lo llenaba con todo lo que yo sabía que era necesario para los hombres:
el aire, el sol y la lluvia, y muchas otras cosas que yo sabía que eran necesarias
para sus vidas.
¡Al final, la creación del hombre! Me complací de mi obra. El hombre comete
pecados, pero es entonces cuando, justamente, se manifiesta mi bondad infinita.
Para vivir entre los hombres creé y escogí, en el Antiguo Testamento, a los profetas,
a quienes comuniqué mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que los
transmitieran a todos.
Más crecía el mal y más mi bondad me apremiaba a comunicarme con las
almas justas para que transmitieran mis órdenes a los que causaban desórdenes. Y
así, a veces, tuve que usar la severidad para reprenderlos, no para castigarlos -
porque eso habría hecho solo mal - para alejarlos del vicio y dirigirlos hacia el Padre
y Creador, a quién, ingratamente, habían olvidado y desconocido. Más tarde el mal
sumergió tanto el corazón de los hombres que me ví obligado a enviar plagas al
mundo para que el hombre se purificara por medio del sufrimiento, la destrucción de
sus bienes y hasta la pérdida de la vida: fué el diluvio, la destrucción de Sodoma y
de Gomorra, las guerras del hombre contra el hombre, etc.
Siempre he querido quedarme en este mundo entre los hombres. Y así, durante
el diluvio estaba cerca de Noé, el único justo de ese entonces. También durante las
otras plagas encontré siempre un justo con el cuál morar y, a través de él, viví en
medio de los hombres de aquel tiempo, y así fué siempre.
El mundo a menudo ha sido purificado de su corrupción por mi infinita bondad
hacia la humanidad. Y entonces continuaba a escoger algunas almas en las cuales
me complacía para que, por medio de ellas, pudiera deleitarme con mis criaturas, los
hombres.
Le prometí al mundo el Mesías. ¡Que no he hecho para preparar su venida,
mostrándome en las figuras que lo representaban hasta mil y mil años antes de su
venida!

Porque, ¿Quién es este Mesías? ¿De donde viene? ¿Que hará en la tierra?
¿Quién viene a representar?
El Mesías es Dios.
¿Quién es Dios?
Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿De donde viene, o mejor dicho, quién le ordenó de venir en medio de los
hombres?
Yo, su Padre, Dios.
¿A quién representará en la tierra?
A su Padre, Dios.
¿Qué hará en la tierra?
Hará conocer y amar al Padre, Dios.
¿No dijo?:
“¿No sabéis que es necesario que me ocupe de las cosas del Padre mío?”
(“¿nesciebatis quia in his quae Patris mei sunt oportet me esse?” S. Lucas, c. 2 v.
49).
“He venido solo para hacer la voluntad del Padre mío”
“Todo lo que pediréis al Padre mío en mi nombre os lo concederá”
“Le rezaréis así: Padre nuestro que estás en los Cielos...”
y más adelante, dado que vino para glorificar el Padre y hacerlo conocer a los
hombre, dijo:
“Quién me vé, vé a mi Padre”
“Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”
“Nadie viene al Padre si no es por medio de mí”
“Nemo venit ad Patrem nisi per me” - (S. Juan c. 14 v. 6). “Quienquiera esté
conmigo está también con el Padre mío”, etc., etc.
Oh hombres, concluid que por toda la eternidad he tenido solo un deseo,
hacerme conocer y amar por los hombres, deseando incesantemente de estar con
ellos.
¿Queréis una prueba auténtica de este deseo que tengo y que he apenas
explicado?
¿Por qué le ordené a Moisés que construyera el tabernáculo y el Arca de la
Alianza si no es porque tenía el deseo ardiente de venir a vivir, como un Padre, un
hermano, un amigo de confianza, con mis criaturas, los hombres? Y a pesar de esto
me olvidaron, me ofendieron con culpas innumerables. Sin embargo, para que se
recordaran de Dios, su Padre, y del único deseo que tiene de salvarlos, le dí mis
mandamientos a Moisés para que teniéndolos y cumpliéndolos se recordaran del
Padre infinitamente bueno, todo absorto en la salvación de ellos, salvación presente
y eterna.
Todo esto cayó otra vez en el olvido y los hombres se hundieron en el error y en
el temor, considerando que cansaba mucho el cumplir con los mandamientos, así
como los había transmitido a Moisés. Hicieron otras leyes, que iban de acuerdo son
sus vicios, para poder cumplirlas más fácilmente. Poco a poco, con el temor
exagerado que tenían de mí, me olvidaron siempre más y me llenaron de ultrajes.
Y sin embargo, mi amor por estos hombres, mis hijos, ni siquiera se ha
detenido. Cuando constaté bien que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido
hacer que los hombres me conocieran y me amaran, decidí venir yo mismo.
Pero, ¿como hacer para encontrarme en medio de los hombres? No había otro
medio que el de ir yo mismo en la segunda persona de mi divinidad.
¿Me reconocerán los hombres? ¿Me escucharán?

Para mí nada del futuro estaba escondido; a estas dos preguntas respondí yo
mismo:
"Ignorarán mi presencia, aún estando cerca de mí. En mi Hijo me maltratarán, a
pesar de todo el bien que les hará. En mi hijo me calumniarán, me crucificarán para
hacerme morir".
¿Me detendré por esto? No, mi amor por mis hijos, los hombres, es demasiado
grande.
No me detuve allí: reconoceréis bien que os he amado más que a mi Hijo
predilecto, por así decir, ó para decirlo todavía mejor, más que a mí mismo.
Lo que os digo es talmente verdadero que si hubiese bastado una de mis
criaturas para expiar los pecados de los otros hombres, por medio de una vida y una
muerte semejante a la de mi Hijo, hubiera titubeado. ¿Por qué? Porque habría
traicionado mi amor haciendo sufrir a una criatura que amo, en vez de sufrir yo
mismo en mi Hijo. No he querido nunca hacer sufrir a mis hijos.
Este es, en breve, la historia de mi amor hasta mi venida, por medio de mi Hijo,
en medio de los hombres.
La mayor parte de los hombres conoce todos estos hechos, pero ignora lo
esencial: es decir, ¡que fué el amor el que condujo todo!
Sí, es el amor, es esto lo que quiero hacerles notar. Ahora este amor está
olvidado. Quiero recordárselos para que aprendan a conocerme así como soy. Para
que no estéis atemorizados como esclavos, con un Padre que os ama hasta este
punto.
Mirad, en esta historia estamos solo al primer día del primer siglo, y quisiera
conducirla hasta nuestros días: hasta el siglo XX .
¡Oh, como los hombres han olvidado mi amor de Padre! ¡Y sin embargo os amo
muy tiernamente! En mi Hijo, es decir en la persona de mi Hijo hecho hombre, ¡que
no he hecho todavía! La divinidad en esta humanidad se veló, quedó pequeña,
pobre y humillada. Conduje con mi Hijo una vida de sacrificios y de trabajo. ¡Recibí
sus oraciones para que el hombre tuviera un camino trazado y caminara siempre en
la justicia, para que llegase hasta mí, al seguro!
¡Cierto, puedo muy bien comprender la debilidad de mis hijos! Por esto le pedí a
mi Hijo que les donara los medios para levantarse después de las caídas. Estos
medios los ayudarán a purificarse de los pecados, para que sean todavía los hijos
de mi amor. Principalmente son los siete sacramentos y sobretodo el gran medio
para salvarse que es el Crucifijo, que es la Sangre de mi Hijo, que en cada instante
se derrama sobre vosotros, siempre y cuando lo querráis, ya sea con el sacramento
de la penitencia, ya sea con el santo sacrificio de la Misa.
Mis queridos hijos, desde hace veinte siglos os colmo de estos bienes con
gracias especiales y ¡el resultado es mísero!
¡Cuantas criaturas mías, que se han vuelto hijas de mi amor por medio de mi
Hijo, se han lanzado muy rápidamente en el abismo eterno! En verdad no han
conocido mi infinita bondad, ¡yo os amo mucho! (expresión preferida por Sor
Eugenia y que se repite a menudo).
Por lo menos vosotros, que sabéis que he venido personalmente para hablaros,
para haceros conocer mi amor, por piedad de vosotros mismos no os lanzéis en el
precipicio. ¡Yo soy vuestro Padre!
¿Es posible que después de haberme llamado Padre y de haberme demostrado
vuestro amor, encontréis en mí un corazón tan duro y tan insensible que os deje
perecer? ¡No, no, no lo creáis! ¡Yo soy el mejor de los padres! ¡Conozco las
debilidades de mis criaturas! ¡Venid, venid a mí con confianza y amor! Y yo
perdonaré después de vuestro arrepentimiento. ¡Aunque vuestros pecados fueran repugnantes como el fango, vuestra confianza y vuestro amor me los harían olvidar,
y así no seréis juzgados! Yo soy justo, es verdad, pero ¡el amor paga todo!
Escuchad, hijos míos, hagamos una suposición para que tengáis la seguridad
de mi amor. Para mí vuestros pecados son como el hierro y vuestros actos de amor
como el oro. ¡Aunque me entregárais mil kilos de hierro no sería tanto cuanto si me
donárais diez kilos de oro! Esto significa que con un poco de amor se rescatan
enormes iniquidades.
Este es un pequeñísimo aspecto de mi juicio sobre mis hijos, los hombres, todos
sin excepción. Por lo tanto hay que llegar hasta mí. ¡Yo estoy tan cerca de vosotros!
Entonces, es necesario amarme y glorificarme para que no seáis juzgados, o por lo
menos para que seáis juzgados con amor infinitamente misericordioso.
¡No lo dudéis! Si mi corazón no fuera así ¡habría ya exterminado el mundo cada
vez que se hubiese cometido el pecado! Mientras que, y vosotros sóis testigos, en
cada instante se manifiesta mi protección, mediante gracias y beneficios. Podéis
concluir que existe un Padre sobre todos los padres, que os ama y que no cesará
nunca de amaros, siempre y cuando lo querráis.
Vengo en medio de vosotros por dos caminos: ¡la Cruz y la Eucaristía!
La Cruz es el camino que baja en medio de mis hijos, porque es por medio de
ella que os hice redimir por mi Hijo. Y para vosotros la Cruz es el camino que sube
hacia mi Hijo, y desde mi Hijo hacia mí. Sin ella nunca podríais llegar, porque el
hombre, con el pecado, ha atraído sobre sí mismo el castigo de la separación de
Dios.
En la Eucaristía yo vivo en medio de vosotros como un Padre en su familia.
Quise que mi Hijo instituyese la Eucaristía para hacer de cada tabernáculo un
depósito de mis gracias, de mis riquezas y de mi amor, para darlos a los hombres,
mis hijos.
Es siempre por estos dos caminos que hago descender mi potencia y mi infinita
misericordia.
... Ahora que he demostrado que mi Hijo Jesús me representa entre los
hombres, y que por medio de él vivo constantemente en medio ellos, quiero
demostraros también que vengo entre vosotros por medio de mi Espíritu Santo.
La obra de esta tercera persona de mi divinidad se cumple sin ruido, y a
menudo el hombre no se dá cuenta. Pero para mí es un medio muy idóneo para
vivir, no solo en el tabernáculo sino también en el alma de todos los que están en
estado de gracia, para establecer mi trono y vivir siempre como un verdadero Padre
que ama, protege y sostiene a su hijo. Nadie puede comprender la alegría que
siento cuando estoy a solas con un alma. Nadie ha comprendido todavía los deseos
infinitos de mi corazón de Dios Padre de ser conocido, amado y glorificado por todos
los hombres, justos y pecadores. Por lo tanto, son estos tres homenajes que deseo
recibir de parte del hombre, para que yo sea siempre misericordioso y bueno, aún
con los grandes pecadores.
¡Qué no he hecho por mi pueblo, desde Adán hasta José, padre adoptivo de
Jesús, y desde José hasta hoy día, para que el hombre me diese un culto especial,
que me es debido, como Padre, Creador y Salvador! Sin embargo, ¡este culto
especial, que he deseado tanto, no me ha sido todavía dado!
En el Exodo podéis leer que hay que ensalzar a Dios con un culto especial.
Sobretodo los salmos de David contienen esta enseñanza. En los mandamientos
que yo mismo dí a Moisés puse en primer lugar "Adorarás y amarás perfectamente a
un solo Dios".
Bien, amar y ensalzar a una persona son dos cosas que van juntas. Dado que
os he colmado de muchos bienes, ¡tengo, por lo tanto, que ser alabado por vosotros
en modo particular!

Dándoos la vida ¡he querido crearos a mi imagen y semejanza! Por lo tanto,
¡vuestro corazón es sensible como el mío, y el mío como el vuestro!
¿Qué no haríais si uno de vuestros vecinos os hiciera un pequeño favor para
complaceros? El hombre más insensible conservaría para esa persona un
agradecimiento inolvidable. Cualquier hombre buscaría también lo que mayor placer
le haría a esa persona, para recompensarla por el servicio recibido. Bien, yo, yo seré
muchos más agradecido con vosotros, asegurando la vida eterna, si vosotros me
hacéis el pequeño favor de glorificarme como os lo pido.
Reconozco que me alabáis en mi Hijo, y que existen algunos que saben elevar
todo hacia mí por medio de mi Hijo, ¡pero son pocos! ¡Sin embargo no penséis que
glorificando a mi Hijo no me glorificáis! ¡Claro que sí, me glorificáis porque yo vivo en
mi Hijo! Por lo tanto, ¡todo lo que es gloria para él lo es también para mí!
Pero yo quisiera ver al hombre glorificar a su Padre y Creador con un culto
especial. Más me glorificáis más glorificáis a mi Hijo, dado que, por mi voluntad, él
se hizo Verbo encarnado y vino en medio de vosotros para haceros conocer a aquel
que lo mandó.
Cuando me conoceréis amaréis, a mí y a mi Hijo predilecto, más de lo que
amáis ahora. Mirad cuantas criaturas mías, que se han vuelto mis hijos por medio
del misterio de la redención, no están en el prado que he establecido para todos los
hombres, mediante mi Hijo. Mirad cuantos otros, y vosotros lo sabéis, ignoran la
existencia de estos prados, y cuantas criaturas, que han salido de mis manos, y de
las cuales yo conozco la existencia mientras que vosotros la ignoráis. ¡no conocen ni
siquiera la mano que las ha creado!
¡Oh, como quisiera hacerles saber que Padre Omnipotente soy para vosotros y
como lo sería también para ellos con mis gracias! Quisiera hacerles transcurrir una
vida más dulce con mi ley. Quisiera que fueráis a donde ellos en mi nombre y que
les hablaráis de mí. Sí, decidles que tienen un Padre que, después de haberlos
creado, quiere darles los tesoros que posee. Sobretodo decid que pienso en ellos,
que los amo y quiero darles la felicidad eterna. ¡Ah! Os lo prometo: los hombres se
convertirán más rápidamente.
Creedme, si hubieráis comenzado desde la Iglesia primitiva a glorificarme con
un culto especial, después de veinte siglos habrían quedado pocos hombres
viviendo en la idolatría, en el paganismo y en tantas falsas y malas sectas, ¡en las
cuales el hombre corre con los ojos cerrados para lanzarse en el abismo del fuego
eterno! ¡Mirad cuanto trabajo queda por hacer!
¡Mi hora ha llegado! Es necesario que sea conocido, amado y glorificado por los
hombres, para que, después de haberlos creado, yo pueda ser su Padre, después
su Salvador y finalmente el objeto de sus delicias eternas.
Hasta aquí os he hablado de cosas que ya sabéis, y he querido recordarlas para
que estéis más convencidos todavía de que soy un Padre buenísimo y no un Padre
terrible como vosotros creéis, es más, que soy el Padre de todos los hombres
actualmente vivientes, y que todavía los crearé hasta el fin del mundo.
Sabed que quiero ser conocido, amado y sobretodo glorificado. Que todos
reconozcan mi bondad infinita para todos y sobretodo para los pecadores, los
enfermos, los moribundos y todos los que sufren. Que sepan que no tengo otro
deseo que el de amarlos, donarles mis gracias, perdonarlos cuando se arrepienten,
y sobretodo no juzgarlos con mi justicia sino con mi misericordia, para que todos se
salven y sean incluídos en el número de los elegidos.
Para concluir esta exposición os hago una promesa cuyo efecto será eterno, es
esta: Llamadme con el nombre de Padre, con confianza y amor, y recibiréis todo de
parte de este Padre con amor y misericordia.

Que mi hijo, tu padre espiritual, se ocupe de mi gloria y transcriba, frase tras
frase, lo que te he hecho escribir, y también lo que te haré escribir todavía, sin
añadir nada, para que los hombres encuentren facil y placentera la lectura de lo que
quiero que sepan.
Cada día, poco a poco, te hablaré de mis deseos en relación con los hombres,
de mis alegrías, de mis penas y, sobretodo, le mostraré a los hombres mis infinitas
bondades y la ternura de mi amor piadoso.
También quisiera que tus superioras te permitieran de usar tus momentos de
libertad para estar conmigo, y que tu puedas, por media hora al día, consolarme y
amarme, y así obtener que los corazones de los hombres, mis hijos, se dispongan a
trabajar bien para extender este culto, del cuál os he revelado ahora la forma, para
que lleguéis a tener una gran confianza en este Padre que quiere ser amado por sus
hijos.
Para que esta obra que quisiera hacer con los hombres pueda extenderse en
todas las naciones lo más pronto posible, sin que los que serán encargados de
difundirla cometan la mínima imprudencia, te pido que transcurras tus días en gran
recogimiento. Te sentirás feliz de hablar poco con las criaturas y, en tu corazón, en
secreto hablarás conmigo y me escucharás, aún cuando estarás en medio de los
demás.
Por otra parte, esto es lo que quiero que hagas: cuando a veces te hablaré de tí
personalmente tu escribirás mis confidencias en un pequeño diario especial. Pero
aquí pretendo hablar de los hombres: yo vivo con los hombres en una intimidad
mayor que la de una madre con sus hijos.
Desde la creación del hombre no he cesado nunca, ni un instante, de vivir junto
a él; como Creador y Padre del hombre siento la necesidad de amarlo. No es que yo
necesite de él, pero mi amor de Padre y Creador me hace sentir esta necesidad de
amar al hombre. Por lo tanto yo vivo cerca del hombre, lo sigo por todas partes, lo
ayudo en todo, proveo a todo.
Yo veo sus necesidades, sus trabajos, todos sus deseos, y mi felicidad más
grande es la de socorrerlo y salvarlo.
Los hombres creen que yo soy un Dios terrible, y que precipito a toda la
humanidad en el infierno. ¡Qué sorpresa cuando, al final de los tiempos, verán
muchas almas, que creían perdidas, gozar de la eterna felicidad en medio de los
elegidos!
Quisiera que todas mis criaturas se convenzan de que hay un Padre que vela
por ellas y que quiere hacerles pregustar, aún aquí abajo, la felicidad eterna.
Una madre no olvida nunca la pequeña criatura que dió a luz. ¿No es aún más
hermoso que, de parte mía, me recuerde de todas la criaturas que he puesto en el
mundo?
Ahora, si la madre ama este pequeño ser que yo le he donado, yo lo amo más
que ella porque yo lo he creado. Aunque una madre amase menos a su niño por
algún defecto que tiene, yo, al contrario, lo amaré todavía más. Ella podría llegar
hasta a olvidarlo, ó a pensar en él raramente, sobretodo cuando lo han quitado a su
vigilancia, pero yo no lo olvidaré nunca. Yo lo amaré siempre, y aún si no se
recuerda más de mí su Padre y Creador, yo me recordaré de él y lo amaré todavía.
Antes os dije que quisiera daros, aún aquí abajo, la felicidad eterna, pero
vosotros no habéis comprendido todavía esta palabra, y he aquí el significado: Si me
amáis y si me llamáis con confianza con el dulce nombre de Padre, comenzáis ya
desde acá abajo con el amor y la confianza que harán vuestra felicidad en la
eternidad, que cantaréis en el Cielo en compañía de los elegidos. ¿No es esta una
anticipación de la felicidad de los Cielos que durará eternamente?

Por lo tanto deseo que el hombre se recuerde a menudo que yo estoy allí en
donde está él. Que no podría vivir si yo no estuviese con él, viviente como él. A
pesar de su incredulidad yo no dejo nunca de estar junto a él.
¡Ah! como deseo ver realizado el plan que quiero comunicaros y que es este:
hasta hoy el hombre no ha pensado para nada en hacerle a Dios, su Padre, este
favor que estoy por decir: Quisiera ver que se establece una gran confianza entre el
hombre y su padre de los Cielos, ver un verdadero espíritu de familiaridad y de
delicadeza al mismo tiempo, para que no se abuse de mi gran bondad.
Conozco vuestras necesidades, vuestros deseos y todo lo que está en vosotros.
Pero como estaría agradecido y sería feliz si os viera venir a mí para hacerme las
confidencias de vuestras necesidades, como un hijo totalmente confiado en su
padre. Si me lo pidieséis, ¿como podría rechazar cualquier cosa, de mínima o
máxima importancia que sea? ¿Aunque si no me véis ni me sentís muy cerca de
vosotros en los acontecimientos que suceden en vosotros y en vuestro alrededor?
¡Un día, como será meritorio para vosotros el haber creído en mí sin haberme visto!
Aún ahora que estoy aquí, en persona, en medio de todos vosotros, que os
hablo repitiendo incesantemente, en todas las formas, que os amo y que quiero ser
conocido, amado y glorificado con un culto especial, vosotros no me véis, excepto
una sola persona, ¡aquella a la cuál he dado este mensaje! ¡Una sola en toda la
humanidad! Y sin embargo héme aquí que os hablo, y en la que veo y a la cuál
hablo os veo a todos y os hablo a todos y a cada uno de vosotros, ¡y os amo como
si me vieráis!
Por lo tanto, deseo que los hombres me conozcan y que sientan que estoy
cerca de ellos. Oh hombres, recordad que quisiera ser la esperanza de la
humanidad. ¿No lo soy ya? Si no fuera la esperanza del hombre, el hombre estaría
perdido. ¡Pero es necesario que yo sea conocido como tal para que la paz, la
confianza y el amor entren en el corazón de los hombres y lo pongan en relación con
su Padre del Cielo y de la tierra!
¡No penséis que yo sea ese terrible viejo que los hombres representan en sus
imágenes y en sus libros! No, no, yo no soy ni más joven ni más viejo que mi Hijo y
que mi Santo Espíritu.
Por lo tanto quisiera que todos, desde el niño hasta el anciano, me llamen con el
nombre familiar de Padre y de amigo, pues yo estoy siempre con vosotros, y me
hago semejante a vosotros para haceros semejantes a mí. ¡Cuán grande sería mi
alegría al ver que los hombres enseñan a sus niños a llamarme a menudo con el
nombre de Padre, como soy realmente! ¡Como desearía ver infundir en esas
jóvenes almas una confianza y un amor todo filial por mí! Yo he hecho todo por
vosotros; ¿no hariáis esto por mí?
Quisiera establecerme en cada familia con mi dominio para que todos puedan
decir con seguridad: "tenemos un Padre que es infinitamente bueno, inmensamente
rico y muy misericordioso. El piensa en nosotros y está cerca de nosotros, nos mira,
nos sostiene y nos dará todo lo que nos falta, si se lo pedimos. Todas las riquezas
son nuestras, nosotros tendremos todo lo que necesitamos". Precisamente estoy allí
para que me pidáis lo que os es necesario: "Pedid y recibiréis". Con mi paternal
bondad os daré todo, como verdaderamente hago, siempre que todos sepan
considerarme como un verdadero Padre viviente en medio de mis hijos.
Deseo también que cada familia exponga a la vista de todos la imagen que más
tarde haré conocer a mi "hijita". Deseo que cada familia se ponga bajo mi protección,
muy especial, para que puedan glorificarme más fácilmente. Allí, cada día, la familia
me hará conocer sus necesidades, sus trabajos, sus penas, sus sufrimientos, sus
deseos y también sus alegrías, porque un Padre tiene que saber todo lo que se
refiere a sus hijos. Seguramente yo lo sé dado que estoy allí, pero me gusta mucho la simplicidad. Yo sé doblegarme a vuestras condiciones. Me vuelvo pequeño con
los pequeños, me vuelvo adulto con los hombres adultos, con los ancianos me
vuelvo semejante a ellos, para que todos comprendan lo que quiero decirles de su
santificación y de mi gloria.
La prueba de lo que os digo ¿no la tenéis ya en mi Hijo que se hizo pequeño y
debil como vosotros? ¿No la tenéis también ahora, viéndome aquí que os hablo? Y,
para que podáis entender lo que quiero deciros ¿no he escogido, para hablaros, a
una pobre criatura como vosotros? Y ahora, ¿no me hago semejante a vosotros?
Mirad, he puesto mi corona a mis piés y el mundo sobre mi corazón. He dejado
mi gloria en el cielo y vine aquí dándome todo para todos, pobre con los pobres y
rico con los ricos. Quiero proteger a la juventud como un tierno Padre. ¡Hay tanto
mal en el mundo! Estas pobres almas inexpertas se dejan seducir por las lisonjas del
vicio que, poco a poco, las conducen a la ruina total. Oh, vosotros que necesitáis
especialmente a alguien que os cuide en la vida para que podáis evitar el mal, ¡venid
a mí! ¡Yo soy el Padre que os ama más de lo que ninguna otra criatura podrá nunca
amaros! Refugiáos cerca, cerca de mí, confiadme vuestros pensamientos y deseos.
Yo os amaré tiernamente. Os daré gracias para el presente y bendeciré vuestro
porvenir. Podéis estar seguros de que no os olvido, ni después de quince,
veinticinco o treinta años, ni desde que os he creado. ¡Venid! Veo que necesitáis
mucho un Padre dulce e infinitamente bueno como yo.
Sin extenderme en muchas cosas que sería oportuno decir aquí, pero que podré
decir más tarde, quiero ahora hablar en modo particular a las almas de los que me
han escogido, sacerdotes y religiosos: para vosotros, hijos queridos de mi amor,
¡tengo grandes proyectos!”

AL PAPA

“Antes de dirigirme a todos me dirijo a tí, hijo mío dilecto, a tí mi Vicario, para
poner en tus manos esta obra que debería ser la primera entre todas y que, por el
temor que el demonio ha inspirado en los hombres, se cumplirá solo en este tiempo.
¡Ah! quisiera que tu comprendieras la extensión de esta obra, su grandeza, su
amplitud, su profundidad, su altura. ¡Quisiera que tu comprendieras los deseos
inmensos que tengo en relación con la humanidad presente y futura! ¡Si tu supieras
cuanto deseo ser conocido, amado y glorificado por los hombres, con un culto
especial! Este deseo lo conservo en mí desde toda la eternidad y desde la creación
del primer hombre. Este deseo lo manifesté varias veces a los hombres, sobretodo
en el Antiguo Testamento. Pero el hombre no lo ha entendido nunca. Ahora este
deseo me hace olvidar todo el pasado, siempre y cuando se realice en el presente,
en mis criaturas del mundo entero.
Me rebajo al nivel de la más pobre de mis criaturas para poder, considerando su
ignorancia, hablarle y por medio de ella poder hablar a los hombres, ¡sin que ella se
dé cuenta de la grandeza de la obra que quisiera hacer con ellos!
No puedo hablar de teología con ella, estoy seguro de que fallaría, de que no
entendería. Yo permito que sea así para poder realizar mi obra mediante la
simplicidad y la inocencia. Pero ahora te toca a tí poner esta obra en estudio y
llevarla muy rápidamente a la ejecución.
Para ser conocido, amado y glorificado con un culto especial no pido nada de
extraordinario. Deseo solo esto:
1) Que un día, o por lo menos un domingo, sea consagrado para glorificarme, en
modo muy particular, con el nombre de Padre de toda la humanidad. Para esta
fiesta quisiera una Misa y una función apropiada. No es dificil encontrar los

textos en la Sagrada Escritura. Si preferís rendirme este culto especial un
domingo, yo escojo el primer domingo de Agosto, si escogéis un día de la
semana, prefiero que sea el día 7 de este mismo mes.
2) Que todo el clero se empeñe en el desarrollo de este culto y, sobretodo, que me
haga conocer por los hombres así como soy y como seré siempre con ellos, es
decir, el Padre más tierno y más amable entre todos los padres.
3) Deseo que me hagan entrar en todas las familias, en los hospitales, también en
los laboratorios y en los talleres, en los cuarteles, en las salas de deliberación
de los ministros de todas las naciones, y en fin, en cualquier parte en donde se
encuentren mis criaturas, ¡aunque hubiera una sola criatura! Que el signo
tangible de mi invisible presencia sea una imagen que demuestre que estoy
realmente presente allí. Así todos los hombres actuarán bajo la mirada de su
Padre, y yo mismo tendré bajo mi mirada a la criatura que he adoptado después
de haberla creado, y todos mis hijos estarán bajo la mirada de su tierno Padre.
Indudablemente también ahora estoy en todas partes, ¡pero quisiera estar
representado en manera sensible!
4) Que durante el año el clero y los fieles hagan algunos ejercicios en mi honor, sin
perjudicar sus habituales ocupaciones. Que sin temor mis sacerdotes vayan por
todas partes, en todas las naciones, para llevarles a los hombres la llama de mi
paternal amor. Entonces las almas se iluminarán ya conquistadas, no solo entre
los fieles sino también entre las sectas que no son de la verdadera Iglesia. Sí,
que también estos hombres, que son mis hijos, vean brillar esta llama, que
conozcan la verdad, que abracen y practiquen todas las virtudes cristianas.
5) Quisiera ser glorificado en modo particular en los seminarios, en los conventos
de novicios, en las escuelas y en los internados. Que todos, desde el más
pequeño hasta el más grande, puedan conocerme y amarme como su Padre, su
creador y su salvador.
6) Que los sacerdotes se empeñen en buscar en las Sagradas Escrituras lo que
dije en otros tiempos, y que hasta ahora ha sido ignorado, en relación con el
culto que deseo recibir de parte de los hombres. Que trabajen para que mis
deseos y mi voluntad lleguen a todos los fieles y a todos los hombres,
especificando lo que diré para todos los hombres en general y, en particular,
para los sacerdotes, los religiosos y religiosas. Estas son las almas que escojo
para que me rindan grandes homenajes, más que los otros hombres del mundo.
¡Cierto es que se necesitará tiempo para llegar a una completa realización de lo
que deseo de parte de la humanidad y que te he hecho conocer! Pero un día, con
las oraciones y los sacrificios de las almas generosas, que se inmolarán por esta
obra de mi amor, sí, un día estaré satisfecho. Te bendeciré, hijo mío predilecto, y te
daré el céntuplo de todo lo que harás por mi gloria.”

AL OBISPO

“Quiero decir unas palabras a tí también, hijo mío Alejandro, para que mis
deseos se realicen en el mundo.
Es necesario que, con el padre espiritual del "arbusto” (Madre Eugenia) de mi hijo
Jesús, seáis promotores de esta obra, es decir, de este culto especial que espero de
parte de los hombres. A vosotros, hijos míos, confío esta obra y su futuro tan
importante.
Hablad, insistid, haced saber lo que diré para que yo sea conocido, amado y
glorificado por todas mis criaturas, y así habréis hecho lo que me espero de
vosotros, es decir, mi voluntad, y habréis realizado mis deseos, que desde hace
tiempo conservo en el silencio.
Todo lo que haréis por mi gloria yo lo redoblaré para vuestra salvación y vuestra
santificación. En fin, será en el cielo, y solo en el cielo, que veréis la gran
recompensa que os daré en modo particular, y también a todos los que trabajarán
para esto.
He creado al hombre para mí y es muy justo que yo sea TODO para el hombre.
El hombre no saboreará las verdaderas alegrías estando afuera de su Padre y
creador, porque su corazón está hecho solo para mí.
Por mi parte, mi amor por mis criaturas es tan grande que no siento otra alegría
que la de estar entre los hombres.
Mi gloria en el cielo es infinitamente grande, pero es todavía más grande cuando
me encuentro entre mis hijos: los hombres de todo el mundo. Criaturas mías,
vuestro cielo está en el Paraíso con mis elegidos, porque es allá arriba, en el cielo,
que me contemplaréis en una visión perenne, y gozaréis de una gloria eterna. ¡Mi
cielo está en la tierra con todos vosotros, oh hombres! Sí, es en la tierra y en
vuestras almas que busco mi felicidad y mi alegría. Podéis darme esta alegría, y es
para vosotros también un deber hacia vuestro creador y Padre, que de vosotros lo
espera y lo desea.
La alegría de estar entre vosotros no es menor de la que probaba cuando
estaba con mi hijo Jesús durante su vida mortal. Era yo quién enviaba a mi Hijo. Fué
concebido por mi Espíritu Santo, que también soy yo, en pocas palabras, era
siempre YO.
Amando a vosotros, mis criaturas, como a mi Hijo que soy yo, digo como a él:
sois mis hijos predilectos, en los cuales me complazco; es por esto que gozo con
vuestra compañía y que deseo quedarme con vosotros. Mi presencia entre vosotros
es como el sol sobre el mundo terrestre. Si estáis bien dispuestos a recibirme vendré
muy cerca de vosotros, entraré en vosotros y os iluminaré con mi amor infinito.
En cuanto a vosotros, almas en pecado ó que ignoran la verdad religiosa, no
podré entrar en vosotros, pero de todos modos estaré cerca, porque no dejo nunca
de llamaros, de invitaros a desear los bienes que os traigo para que veáis la luz y os
curéis del pecado.
A veces os miro con compasión porque os encontráis en una infeliz condición. A
veces os miro con amor para que os sintáis dispuestos a ceder a los encantos de la
gracia. A veces paso días, también años, cerca de algunas almas para asegurarles
la felicidad eterna. No saben que yo estoy allí que las espero, que las llamo a cada
instante durante el día. Sin embargo, tampoco me canso y siento igualmente alegría
estando junto a vosotros, siempre con la esperanza de que un día regresaréis a
vuestro Padre y que me haréis un acto de amor, por lo menos antes de morir.
He aquí, por ejemplo, un alma que está muriendo de repente: esta alma ha sido
siempre para mí como el hijo pródigo. * Yo la colmaba de bienes, ella andaba
despilfarrando todos estos bienes, todos los dones gratuitos de su Padre tan amable, y además me ofendía gravemente. Yo la esperaba, la seguía por todas
partes, le hacía nuevos favores como la salud y los bienes que hacía frutar de sus
trabajos, tanto así que tenía hasta lo que era superfluo. A veces mi providencia le
daba todavía otros bienes nuevos. Por lo tanto se encontraba en la abundancia pero
no veía otra cosa que el triste resplandor de sus vicios, y toda su vida fué un
conjunto de errores, por el pecado mortal habitual. Pero mi amor no se cansó nunca.
Continuaba a seguirla, la amaba y, sobretodo, a pesar de los rechazos que me
oponía, estaba contento de vivir pacientemente cerca de ella, con la esperanza de
que, quizás, un día habría escuchado mi amor y habría regresado a mí, su Padre y
salvador.
En fin, se acerca su último día: le mando una enfermedad para que pueda estar
recogido y pueda regresar a mí su Padre: pero el tiempo pasa y allí está mi pobre
hijo de 74 años en su última hora. Y yo, como siempre, estoy allí todavía: y como
nunca antes le hablo con mayor bondad. Insisto, llamo a mis elegidos para que
recen por él para que pida el perdón que yo le ofrezco... A este punto, antes de
expirar, abre los ojos, reconoce sus errores y lo mucho que se ha alejado del
verdadero camino que conduce a mí. Vuelve en sí y después, con voz débil que
nadie a su alrededor logra escuchar, me dice: "Dios mío, ahora veo como vuestro
amor por mí ha sido grande, y yo os he ofendido continuamente con una vida muy
mala. Nunca he pensado en tí, mi Padre y salvador. Tu que vés todo, por todo el mal
que ves en mí, y que reconozco en mi confusión, te pido perdón y te amo, ¡Padre
mío y salvador mío!". Murió en ese mismo instante y aquí está delante de mí. Yo lo
juzgo con el amor de un Padre, como él me llamó, y se salvó. Quedará por un
tiempo en el lugar de expiación y después será feliz por toda la eternidad. Y yo,
después de haberme complacido durante su vida con la esperanza de salvarlo con
su arrepentimiento, gozo todavía más con mi corte celestial porque se ha realizado
mi deseo y por ser su Padre por toda la eternidad.
En cuanto a las almas que viven en la justicia y en la gracia santificante, siento
la felicidad de establecerme en ellas. Me dono a ellas. ¡Les transmito el uso de mi
POTENCIA, y con MI AMOR encuentran, en MI su Padre y salvador, una
anticipación del Paraíso!”

 

EL MENSAJE DEL PADRE
II° Fascículo
El segundo fascículo comienza el 12 de Agosto de 1932. Un día el demonio se adueñó del
mismo y le rasgó la cubierta con las tijeras.
“Acabo de abrir una fuente de agua viva que no se secará nunca, desde hoy
hasta el final de los tiempos. Vengo a vosotros, criaturas mías, para abriros mi
pecho paternal, apasionado de amor por vosotros, hijos míos. Quiero que seáis
testigos de mi amor infinito y misericordioso. No me basta el haberos mostrado mi
amor, quiero abriros, además, mi corazón, del cuál brotará una fuente refrigerante
en donde los hombres podrán apagar la sed. Entonces saborearán alegrías que no
habían conocido hasta ahora por el peso inmenso del temor exagerado que tenían
de mí, su tierno Padre.
Desde que prometí a los hombres un salvador hice manar esta fuente *. La hice
pasar a través del corazón de mi Hijo para que llegara a vosotros. Pero mi inmenso
amor por vosotros me incita a hacer más todavía, abriendo mi pecho, del cuál
manará esta agua de salvación para mis hijos, a los cuales permito de sacar
libremente toda la que les sea necesaria para el tiempo y para la eternidad.
Si queréis probar la potencia de esta fuente de que os hablo aprended primero a
conocerme mejor y a amarme hasta el punto que yo deseo, es decir, no solo como
Padre sino también como vuestro amigo y vuestro confidente.
¿Por qué sorprenderse de lo que digo? ¿No os he creado a mi imagen? Os he
hecho a mi imagen para que no encontréis nada de extraño cuando habláis y
familiarizáis con vuestro Padre, vuestro creador y vuestro Dios, dado que os habéis
vueltos los hijos de mi amor paterno y divino, por medio de mi misericordiosa
bondad.
Mi Hijo Jesús está en mí y yo estoy en El, en nuestro mutuo amor que es el
Espíritu Santo que nos tiene unidos con este vínculo de caridad que hace que
nosotros seamos UNO. El, mi Hijo, es la alberca de esta fuente que está siempre
llena de agua de salvación, ¡hasta el punto de desbordarse! para que los hombres
puedan sacarla de su corazón. ¡Pero es necesario estar seguros de esta fuente que
mi Hijo os abre para que vosotros podáis convenceros de que es refrigerante y
placentera! Entonces, venid a mí por medio de mi Hijo y, cuando estaréis cerca de
mí, confiadme vuestros deseos. Os mostraré esta fuente haciéndome conocer tal
como soy. Cuando me conoceréis se apagará vuestra sed, os recobreréis, vuestros
males se curarán y vuestros temores desaparecerán; vuestra alegría será grande y
vuestro amor encontrará una seguridad que no había encontrado nunca hasta
ahora.
¿Pero como - me diréis - podemos venir a tí? ¡Ah! venid por la via de la
confianza, llamadme Padre vuestro, amadme en espíritu y verdad y esto será
suficiente para que esta agua, refrigerante y potentísima, apague vuestra sed.
Pero si verdaderamente queréis que esa agua os dé todo lo que os falta para
conocerme y amarme, y si os sentís fríos e indiferentes, llamadme solo con el dulce
nombre de Padre y yo vendré a vosotros. Mi fuente os donará el amor, la confianza
y todo lo que os falta para ser siempre amados por vuestro Padre y creador.
Dado que deseo sobretodo hacerme conocer por todos vosotros para que
podáis gozar de mi bondad y de mi ternura, también aquí abajo, volvéos apóstoles
entre los que no me conocen, que no me conocen todavía, y ¡yo bendeciré vuestros
fatigas y vuestros esfuerzos preparando para vosotros una gran gloria cerca de mí,
en la eternidad! Yo soy el oceano de la caridad, hijos míos, y aquí está otra prueba
del amor paterno que tengo por todos vosotros, sin excepción alguna, cualquiera  que sea vuestra edad, vuestro estado social, vuestro país. No excluyo ni siquiera las
sociedades diversas, las sectas, los fieles, los infieles, los creyentes, los
indiferentes, encierro en este amor a todas las criaturas razonables cuyo conjunto
forma la humanidad. Aquí está la prueba: yo soy el oceano de la caridad. Os he
hecho conocer la fuente que mana de mi pecho para apagar vuestra sed y ahora,
para que probéis cuanto soy bueno con todos, estoy aquí para mostraros el oceano
de mi caridad universal, para que vosotros os lancéis con los ojos cerrados; ¿por
qué? Porque zambulléndose en este oceano las almas, que se habían vuelto gotas
amargas con el vicio y los pecados, pierdan el exceso de amargura en este baño de
caridad. Saldrán mejores, felices por haber aprendido a ser buenas, y llenas de
caridad. Si vosotros mismos, por ignorancia ó por debilidad, volvéis a caer en el
estado de gota amarga, yo todavía soy un oceano de caridad listo para recibir esta
gota amarga y cambiarla en caridad, en bondad, y para hacer de vosotros unos
santos como lo soy yo, yo vuestro Padre.
Hijos míos, ¿aquí abajo queréis pasar la vida en paz y alegría? Venid a lanzaros
en este oceano inmenso y quedáos allí para siempre, aún utilizando vuestra vida
con el trabajo, esa misma vida que será santificada por la caridad.
En cuanto a mis hijos que no están en la verdad quiero, con mayor razón,
cubrirlos con mis predilecciones paternas, para que abran los ojos a la luz que en
este tiempo resplandece más sensiblemente que nunca.
¡Es el tiempo de las gracias, previsto y esperado por toda la eternidad! Yo estoy
allá para hablaros, vengo como el más tierno y amable de los padres. Me rebajo, me
olvido de mí mismo para elevaros hasta mí y asegurar a vosotros la salvación.
Todos vosotros que vivéis hoy y también vosotros que estáis en la nada, pero que
viviréis de siglo en siglo hasta el fin del mundo, pensad que no vivéis solos sino que
un Padre, por encima de todos los padres, vive entre vosotros, y hasta vive en
vosotros, que piensa en vosotros y que os ofrece la posibilidad de participar a las
incomprensibles prerrogativas de su amor. Acercáos a la fuente que siempre
manará de mi pecho paterno. Saboread la dulzura de esta saludable agua y, cuando
habréis probado toda su deliciosa potencia, vuestras almas podrán satisfacer todas
vuestras necesidades, venid a zambulliros en el oceano de mi caridad, para no vivir
que en mí y morir en vosotros mismos, para vivir eternamente en mí.”
Nota de Sor Eugenia: Nuestro Padre me ha dicho en un coloquio ínti: “La fuente es el
símbolo de mi conocimiento y el oceano es el de mi caridad y de vuestra confianza.
Cuando queráis beber en esta fuente estudiadme para conocerme y cuando me
conoceréis zambullíos en el oceano de mi caridad confiando en mí con una
confianza que os transforme, y a la cuál yo no pueda resistir, entonces perdonaré
vuestros errores y os colmaré con las mayores gracias.”
Continuación del Mensaje:
“Yo estoy entre vosotros. Felices los que creen en esta verdad y aprovechan de
este tiempo, del cuál las Escrituras han hablado así: "Habrá un tiempo en el cuál
Dios tiene que ser glorificado y amado por los hombres, así como él desea".
Las Escrituras ponen después la pregunta: ¿Por qué? y ellas mismas
responden: "¡Porque solo él es digno de honor, de amor y de alabanza para
siempre!" Yo mismo le dí a Moisés, como el primero de los diez mandamientos, esta
orden para que la comunicara a los hombres: "¡Amad y adorad a Dios!" Los hombres
que son ya cristianos podrían decirme: "Nosotros te amamos desde cuando vinimos
al mundo ó desde nuestra conversión, porque decimos a menudo en la oración
dominical “¡Padre nuestro que estás en los cielos!” Sí, hijos míos, es verdad, vosotros me amáis y me alabáis cuando recitáis la primera invocación del Pater,
pero continuad las otras solicitudes y veréis:
“¡Santificado sea tu nombre!” ¿Mi nombre es santificado?
Continuad: “¡Venga tu reino!” ¡Es verdad que vosotros alabáis con todo el fervor
la majestad de mi hijo Jesús, y en él me alabáis a mí! Pero, ¿negaríais a vuestro
Padre la grande gloria de proclamarlo "Rey", ó por lo menos hacerme reinar para
que todos los hombres puedan conocerme y amarme?
Deseo que celebréis esta fiesta de la majestad de mi Hijo en reparación de los
insultos que él recibió cuando estaba ante Pilatos, y de parte de los soldados que
flagelaban su santa e inocente humanidad. No quiero que suspendáis esta fiesta,
por el contrario, quiero que la celebréis con entusiasmo y fervor; pero para que
todos puedan conocer verdaderamente a este rey es necesario que conozcan
también su reino. Ahora, para llegar a este doble conocimiento en modo perfecto es
necesario conocer además al Padre de este Rey, al creador de este Reino.
Es verdad, hijos míos, la Iglesia - esta sociedad que he hecho fundar por mi Hijo
- completará su obra haciendo alabar a su autor: vuestro Padre y creador.
Hijos míos, algunos de vosotros podrían decirme: "La Iglesia ha crecido
incesantemente, los cristianos son siempre más numerosos; ¡esta es una prueba
suficiente de que nuestra Iglesia es completa!" Tenéis que saber, hijos míos, que
vuestro Padre ha velado siempre sobre la Iglesia desde su nacimiento, y que, de
acuerdo con mi Hijo y con el Espíritu Santo, he querido que fuese infalible por medio
de mi vicario el Santo Padre. Sin embargo, ¿no es verdad que si los cristianos me
conocieran como soy, es decir como el Padre tierno y misericordiosos, bueno y
liberal, practicarían con mayor fuerza y sinceridad esta religión santa?
Hijos míos, ¿quizás que no es verdad que, si supieráis que tenéis un Padre que
piensa en vosotros y que os ama con un amor infinito, os esforzaríais, por
reciprocidad, en ser más fieles a vuestros deberes cristianos y también de
ciudadanos, para ser justos y para rendir justicia a Dios y a los hombres?
¿No es verdad que si conocieráis a este Padre que ama a todos sin distinciones
y que, sin distinciones, os llama a todos con el hermoso nombre de hijos, me
amaríais como hijos afectuosos, y el amor que me daríais no se volvería, con mi
impulso, un amor activo que se extendería al resto de la humanidad que no conoce
todavía esta sociedad de cristianos, y menos todavía a quién los ha creado y que es
su Padre?
Si alguién fuera para hablarles a todas estas almas abandonadas en sus
supersticiones, ó a tantas otras que llaman a Dios porque saben que existo sin saber
que estoy cerca de ellos, si dijera a ellos que su creador es también su Padre que
piensa en ellos y que se ocupa de ellos, que los rodea con un afecto íntimo en
medio de tantos sufrimientos y descorazonamientos, obtendría la conversión, aún de
los más obstinados, y estas conversiones serían más numerosas y también más
sólidas, es decir más perseverantes.
Algunos, examinando la obra de amor que estoy haciendo en medio de los
hombres encontrarán algo que criticar, y dirán así: - Pero los misioneros, desde que
llegaron a esos países lejanos, no le hablan a los infieles de otra cosa que de Dios,
de su bondad, de su misricordia; ¿que podrían decir más de Dios si hablan siempre
de él?
Los misioneros han hablado y hablan todavía de Dios según como me conocen
ellos mismos, pero os aseguro que no me conocéis como soy, por esto vengo para
proclamarme Padre de todos y el más tierno de los padres, y para corregir el amor
que me dáis y que está falseado por el temor.
Vengo para volverme semejante a mis criaturas, para corregir la idea de que
tenéis un Dios terriblemente justo, pues veo a todos los hombres transcurrir su vida sin confiarse en su único Padre, que quisiera hacerles conocer su único deseo, que
es el de facilitarles el pasaje de la vida terrena para darles después el cielo, la
completa vida divina.
Esta es una prueba de que las almas no me conocen más de lo que me
conocéis, sin sobrepasar la medida de la idea que tenéis de mí. Pero ahora que os
doy esta luz, quedáos en la luz y llevad la luz a todos, y será un medio potente para
obtener conversiones y también para cerrar, en lo posible, la puerta del infierno,
pues yo renuevo aquí mi promesa, que no podrá nunca faltar, y que es esta:
“TODOS LOS QUE ME LLAMARAN CON EL NOMBRE DE PADRE, AUNQUE
FUERA UNA SOLA VEZ, NO PERIRAN SINO QUE ESTARAN SEGUROS DE SU
VIDA ETERNA EN COMPAÑIA DE LOS ELEGIDOS”.
Y a los que trabajarán por mi gloria, a vosotros que aquí os empeñaréis a
hacerme conocer, amar y glorificar, a vosotros os aseguro que vuestra recompensa
será grande, pues contaré todo, aún el mínimo esfuerzo que haréis, y os devolveré
todo centuplicado en la eternidad.
Ya lo he dicho, es necesario completar el culto en la Santa Iglesia, glorificando
en modo particular al autor de esta sociedad, a aquel que vino a fundarla, a aquel
que es el alma, Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Mientras que las tres Personas no serán glorificadas con un culto
particularmente especial en la Iglesia y en la humanidad entera, algo le faltará a esta
sociedad. Ya he hecho sentir esta falta a algunas almas, pero la mayor parte de
ellas, demasiado tímidas, no han respondido a mi llamada. Otras han tenido el valor
de hablar a quién corresponde, pero ante sus fracasos no han insistido.
Ahora llegó mi hora. Yo mismo vengo para hacer conocer a los hombres, mis
hijos, lo que hasta hoy no habían entendido completamente. Yo mismo vengo para
traer el fuego ardiente de la ley del amor para que, con este medio, se pueda fundir
y destruir la enorme capa de hielo que rodea la humanidad.
Oh, querida humanidad, oh hombres que sóis mis hijos, liberáos, dejad las
ataduras con las cuales el demonio os ha encadenado hasta hoy, ¡con el miedo de
un Padre que no es otra cosa que amor! Venid, acercáos, tenéis todo el derecho de
acercaros a vuestro Padre, dilatad vuestros corazones, rogad a mi Hijo para que os
haga conocer siempre más mis bondades con vosotros.
Oh, vosotros que sóis prisioneros de las supersticiones y de las leyes diabólicas,
liberáos de esta tiránica esclavitud y venid a la verdad de las verdades. Reconoced
a aquel que os ha creado y que es vuestro Padre. No pretendáis usar vuestros
derechos adorando y rindiendo homenajes a los que os han obligado a conducir
hasta aquí una vida inútil, venid a mí, os espero a todos porque todos vosotros sóis
mis hijos.
Y vosotros que estáis en la verdadera luz, decidles ¡como es dulce vivir en la
verdad! Decid a esos cristianos, a esas queridas criaturas mías, mis hijos, como es
dulce pensar que hay un Padre que vé todo, que sabe todo, que provee para todo,
que es infinitamente bueno, que sabe perdonar fácilmente, que castiga de mala
gana y lentamente. En fin, decidles que no quiero abandonarlos en las desgracias
de la vida, solos y sin méritos, que vengan a mí: yo los ayudaré, aligeraré sus
fardeles, endulzaré sus vidas tan duras y los embriagaré con mi amor paterno, para
que sean felices en el tiempo y en la eternidad.
Y vosotros, hijos míos, que habiendo perdido la fé vivéis en las tinieblas,
levantad los ojos y veréis los rayos luminosos que vienen para iluminaros. Yo soy el
sol que ilumina, que enciende y que calienta, mirad y reconoceréis que soy vuestro
Creador, vuestro Padre y vuestro solo y único Dios. Porque os amo vengo para
hacerme amar y para que seáis todos salvados. Me dirijo a todos los hombres del mundo entero haciendo resonar esta llamada de mi paterno amor; este amor infinito,
que quiero que conozcáis, es una realidad permanente. Amad, amad, amad
siempre, pero dejad amar también a este Padre para que desde hoy yo pueda
mostrar a todos el Padre más apasionado de amor por vosotros.
Y vosotros, mis hijos predilectos, sacerdotes y religiosos, os exhorto a hacer
conocer este amor paterno que nutro por los hombres y por vosotros en particular.
Estáis obligados a trabajar para que mi voluntad se realice en los hombres y en
vosotros.
Bien, esta voluntad es que yo sea conocido, glorificado y amado. ¡No dejéis
inactivo por tanto tiempo mi amor, porque estoy sediento por el deseo de ser amado!
Entre todos los siglos este es el siglo privilegiado, ¡no dejéis pasar este privilegio
por el temor de que os venga quitado! Las almas necesitan ciertos toques divinos y
el tiempo apremia; no tengáis temor de nada, yo soy vuestro Padre; os ayudaré en
vuestros esfuerzos y trabajos. Os sostendré siempre y os haré saborear, ya acá
abajo, la paz y la alegría del alma, haciendo que produzcan frutos vuestro ministerio
y a vuestras obras realizadas con celo; don inestimable porque el alma que está en
paz y en alegría pregusta ya el cielo, esperando la recompensa eterna.
A mi Vicario, el Sumo Pontífice, mi representante en la tierra, ya le he
transmitido una atractiva particular para el apostolado de las misiones en los países
lejanos, y sobretodo un celo grandísimo para hacer mundial la devoción al Sagrado
Corazón de mi hijo Jesús. Ahora le confío la obra que el mismo Jesús vino a cumplir
en la tierra; glorificarme haciéndome conocer como soy, así como estoy diciéndole a
todos los hombres, mis hijos y mis criaturas.
Si los hombres supieran penetrar en el corazón de Jesús y ver todos sus deseos
y su gloria verían que su deseo más ardiente es el de glorificar al Padre, a aquel que
lo envío, y sobretodo no dejarle una gloria disminuída, como se ha hecho hasta hoy,
sino una gloria total, que el hombre puede y tiene que darme como Padre y Creador,
y aún más, ¡como autor de su redención!
Yo pido lo que él puede darme: su confianza, su amor y su agradecimiento. No
es porque yo necesite de mi criatura ó que por sus adoraciones yo quiera ser
conocido, glorificado y amado; es solo para salvarla y hacerla partícipe de mi gloria
que yo me rebajo hasta ella. Y también porque mi bondad y mi amor se dan cuentan
de que los seres que saqué de la nada y adopté como verdaderos hijos están
cayendo numerosos en la infelicidad eterna con los demonios, faltando de este
modo a la finalidad de su creación, ¡y perdiendo el tiempo y la eternidad!
Si algo deseo, sobretodo en el momento actual, es simplemente un mayor fervor
de parte de los justos, una gran facilidad en la conversión de los pecadores, una
conversión sincera y perseverante, el regreso de los hijos pródigos a la casa
paterna, en particular el regreso de los judíos y de todos los otros, que son también
mis criaturas y mis hijos, como los cismáticos, los heréticos, los masones, los pobres
infieles, los sacrílegos y las diversas sectas secretas; que todo el mundo sepa que
hay un Dios y un Creador, que lo quieran o no. Este Dios, que hablará
repetidamente a su ignorancia, es desconocido; no saben que yo soy el Padre de
ellos.
Creedme, vosotros que escucháis leyendo estas palabras: si todos los hombres
que están lejos de nuestra Iglesia Católica oyeran hablar de este Padre que los ama,
que es su Creador y su Dios, de este Padre que desea darles la vida eterna, gran
parte de los hombres, aún los más obstinados, vendrían a este Padre del que
habréis hablado.
Si no podéis ir directamente a hablar con ellos, buscad los medios: hay miles
maneras directas ó indirectas, ponedlas en acto con un verdadero espíritu de
discípulos y con gran fervor; os prometo que vuestros esfuerzos serán, por una gracia, pronto coronados con grandes éxitos. Volvéos apóstoles de mi bondad
paterna, y por el celo que yo daré a todos vosotros seréis fuertes y potentes con las
almas.
Estaré siempre junto a vosotros y en vosotros: si son dos los que hablan yo
estaré entre los dos; si sóis más numerosos yo estaré en medio de vosotros; así
diréis lo que yo os inspiraré y daré a vuestros oyentes las disposiciones deseadas;
de este modo los hombres serán conquistados por el amor y salvados para toda la
eternidad.
En cuanto a los medios para glorificarme como yo deseo no os pido otra cosa
que una gran confianza. No creáis que me espero de vosotros austeridad y
mortificaciones, que desee haceros caminar descalzos o que tengáis que postrar el
rostro en el polvo, o que desee que os cubráis de cenizas, etc... ¡No, no! ¡Quiero y
me agrada que tengáis conmigo una actitud de hijos, con la simplicidad y la
confianza en mí!
Con vosotros me volveré todo para todos como el Padre más tierno y amoroso.
Familiarizaré con todos vosotros, donándome a todos, volviéndome pequeño para
hacer que seáis grandes en la eternidad.
La mayor parte de los incrédulos, de los impíos y de las diversas comunidades,
se quedan en su maldad y en su incredulidad porque creen que yo les pido lo
imposible; creen que tienen que someterse a mis órdenes como los esclavos bajo un
patrón tirano, que se queda envuelto en su potencia y se queda, en su orgullo,
distante de sus súbditos, para obligarlos al respeto y a la devoción. ¡No, no, hijos
míos! Yo sé volverme pequeño mil veces más de lo que vosotros suponéis.
Sin embargo, lo que yo exijo es el cumplimiento fiel de los mandamientos que
he dado a mi Iglesia, para que seáis criaturas razonables y no seáis semejantes a
los animales con vuestra indisciplina y vuestras malas tendencias, y para que al final
podáis conservar este tesoro que es vuestra alma ¡que os he donado con la plena
belleza divina con la que os he revestido!
Después haced - como yo deseo - lo que os he ya indicado para glorificarme
con un culto especial. Que esto os haga comprender mi voluntad de daros mucho y
de haceros participar ampliamente a mi potencia y a mi gloria, únicamente para que
seáis felices y para salvaros, para manifestar a vosotros mi único deseo de amaros
y de ser, en cambio, amado por vosotros.
Si me amaréis con un amor filial y confiado tendréis también un respeto lleno de
amor y de sumisión para mi Iglesia y para mis representantes. No un respeto como
el que tenéis ahora y que os mantiene lejos de mí porque tenéis miedo de mí; este
falso respeto que tenéis ahora es una injusticia que le hacéis a la Justicia, es una
herida a la parte más sensible de mi corazón, es un olvido, un desprecio a mi amor
paterno por vosotros.
Lo que, de mi pueblo de Israel, más me ha afligido, y que todavía me aflige de
toda la actual humanidad, es este respeto por mí mal concebido. El enemigo de los
hombres se ha servido efectivamente de esto para hacerlos caer en la idolatría y en
los cismas. Para alejaros de la verdad, de mi Iglesia y de mí se servirá todavía de
esto y lo usará siempre contra vosotros. Ah, no os dejéis arrastrar más por el
enemigo, creed en la verdad que se está revelando a vosotros, y caminad en la luz
de la verdad.
También vosotros que no conocéis otra religión que esa con la cuál habéis
nacido, una religión no verdadera, abrid los ojos: aquí está vuestro Padre, aquél que
os ha creado y que quiere salvaros. Vengo hasta vosotros para traeros la verdad, y
con ella la salvación. Veo que me ignoráis y que no sabéis que de vosotros deseo
solo que me conozcáis como Padre y creador, y también como salvador. Es por ignorancia que no podéis amarme; sabed, por tanto, que no estoy tan lejos como
creéis.
¿Como podría dejaros solos después de haberos creado y adoptado con mi
amor? Os sigo por todas partes, os protejo en todo para que todo sea una
constatación de mi gran liberalidad hacia vosotros, a pesar de que habéis olvidado a
menudo mi infinita bondad, olvidos que os hacen decir: "Es la naturaleza la que nos
dá todo, la que nos hace vivir y nos hace morir". ¡Este es el tiempo de gracia y de
luz! ¡Por tanto, reconoced que yo soy el únco verdadero Dios!
Para poder daros la verdadera felicidad en esta vida y en la otra quiero que
hagáis lo que os propongo en esta luz. El tiempo es propicio, no dejéis huir al amor
que se ofrece a vuestro corazón en modo tan tangible. A todos os pido de escuchar
la Santa Misa según la litúrgia: ¡esto me agrada mucho! Después, con el tiempo, os
enseñaré otras pequeñas oraciones, ¡pero no quiero sobrecargaros! Lo esencial
será glorificarme como he dicho, estableciendo una fiesta en mi honor y sirviéndome
con la simplicidad de los verdaderos hijos de vuestro Dios, Padre, creador y salvador
del género humano.
He aquí otro testimonio de mi amor paterno por los hombres: hijos míos, no os
hablaré de toda la grandeza de mi amor infinito porque basta abrir los libros santos,
mirar el Crucifijo, el Tabernáculo y el Santísimo Sacramento para que podáis
comprender ¡hasta que punto os he amado!
Sin embargo, para haceros conocer hasta que punto necesitáis satisfacer mi
voluntad en vosotros, y para que yo sea más conocido y más amado ya, quiero,
antes de terminar estas pocas palabras, que no son otra cosa que la base de mi
obra de amor entre los hombres, indicaros algunas de las ¡innumerables pruebas de
mi amor por vosotros!
Mientras que el hombre no se encuentre en la verdad, no podrá probar ni
siquiera la verdadera libertad: creéis que estáis en la alegría, en la paz, vosotros,
mis hijos, que estáis afuera de la verdadera ley para cuya obediencia os he creado,
pero en el fondo de vuestro corazón sentís que ¡en vosotros no hay ni la verdadera
paz, ni la verdadera alegría, y que no estáis en la verdadera libertad de quién os ha
creado y que es vuestro Dios, vuestro Padre!
Pero a vosotros que estáis en la ley, ó mejor dicho, que habéis prometido de
seguir esta ley que os he dado para asegurar vuestra salvación, habéis sido
conducidos hacia el mal por el vicio. Os habéis alejado con vuestra conducta
malvada. ¿Creéis que sois felices? No. Sentís que vuestro corazón no está
tranquilo. ¿Quizás pensáis que buscando el placer y las otras alegrías humanas
vuestro corazón se sentirá al final satisfecho? No. Dejad que os diga ¡que no os
encontraréis nunca en la verdadera libertad, ni en la verdadera felicidad mientras
que no me reconozcáis como Padre, y mientras que no os sometáis a mi yugo, para
ser verdaderos hijos de Dios, vuestro Padre! ¿Por qué? Porque os he creado con un
solo fin que es el de conocerme, amarme y servirme, ¡así como el niño simple y
confiado sirve a su Padre!
Un tiempo, en el Antiguo Testamento, los hombres se comportaban como
animales, no conservaban ninguna señal que indicara en ellos su dignidad de hijos
de Dios, su Padre. Y así, para hacerles saber que quería elevarlos a la gran
dignidad de hijos de Dios tuve que demostrar una severidad a veces espantosa. Más
tarde, cuando ví que algunos eran bastante razonables y que podían entender
finalmente que había que establecer algunas diferencias entre ellos y los animales,
comencé entonces a colmarlos de beneficios y a concederles la victoria sobre los
que todavía no reconocían y conservaban la dignidad de ellos. Y como el número de
ellos aumentaba les mandé a mi Hijo, adornado con todas las perfecciones divinas,
dado que era el Hijo de un Dios perfecto. Fué él el que les trazó el camino de la perfección, por él os he adoptado, con mi amor infinito, como verdaderos hijos, y
después no os he llamado más con el simple nombre de criaturas sino con el
nombre de "hijos".
Os he revestido con el verdadero espíritu de la nueva ley, que os distingue, no
solo de los animales como a los hombres de la antigua ley, sino que os eleva por
encima de aquellos hombres del Antiguo Testamento. A todos os he elevado a la
dignidad de hijos de Dios, sí, vosotros sóis mis hijos y tenéis que decirme que soy
vuestro Padre; pero tened confianza en mí como hijos porque sin esta confianza no
obtendréis nunca la verdadera libertad.
Os digo todo esto para que reconozcáis que he venido para esta obra de amor,
para ayudaros potentemente a sacudir la tiránica servidumbre que aprisiona vuestra
alma y para haceros saborear la verdadera libertad, de la cuál proviene la verdadera
felicidad, que en comparación con ella todas las alegrías de la tierra no son nada.
Eleváos todos hacia esta dignidad de hijos de Dios y respetad vuestra grandeza, y
yo seré más que nunca vuestro Padre, el más amable y el más misericordioso. He
venido para traer la paz con esta obra de amor, si alguién me glorifica y se confía en
mí haré descender sobre él un rayo de paz en todas sus adversidades, en todas sus
turbaciones, en sus sufrimientos y en sus aflicciones, de cualquier tipo, sobretodo si
me invoca y me ama como su Padre. Si las familias me glorifican y me aman como
su Padre, yo les daré mi paz y con ella mi providencia. Si los trabajadores, los
industriales y los diversos otros artesanos me invocan y me glorifican, yo daré mi
paz, me mostraré como Padre amorosísimo y con mi potencia aseguraré la
salvación eterna de las almas.
Si toda la humanidad me invoca y me glorifica haré descender sobre ella el
espíritu de paz, como un rocío bienhechor.
Si todas las naciones, como tales, me invocan y me glorifican, no tendrán más
nunca discordias ni guerras, porque yo soy el Dios de la paz y allá en donde yo
estoy no habrá guerra.
¿Queréis obtener la victoria sobre vuestro enemigo? Invocadme y triunfaréis
victoriosamente sobre el mismo.
En fin, vosotros sabéis que con mi potencia todo lo puedo. Bien, esta potencia
se la ofrezco a todos para que os sirva en el tiempo y en la eternidad. Me mostraré
siempre como Padre vuestro, siempre que vosotros os mostréis como hijos míos.
¿Qué deseo con esta obra de amor? Encontrar corazones que puedan
entenderme.
Yo soy la santidad, de la cuál poseo la perfección y la plenitud, y os dono esta
santidad - de la cuál soy el autor - a través de mi Espíritu Santo, y la instauro en
vuestras almas con los méritos de mi Hijo.
Es por mi Hijo y por el Espíritu Santo que yo vengo hacia vosotros y en
vosotros, y en vosotros busco mi reposo.
Para algunas almas estas palabras: "Vengo en vosotros", les parecerán un
misterio, pero ¡no hay ningún misterio! porque después de que le ordené a mi Hijo
de instituir la santa Eucaristía ¡me propuse de venir entre vosotros cada vez que
recibís la santa Hostia! Claro que nada me impedía de venir también hacia vosotros
antes de la Eucaristía ¡porque nada me es imposible! pero recibir este sacramento
es una acción facil de entender y que os explica ¡como es que yo vengo en vosotros!
Cuando estoy en vosotros os doy con mayor comodidad lo que poseo, siempre
y cuando me lo pidáis. Con este sacramento os unís conmigo íntimamente, y es en
esta intimidad que la efusión de mi amor riega en vuestras almas la santidad que
poseo.

Os inundo con mi amor, y entonces no tenéis que hacer otra cosa que pedirme
las virtudes y la perfección que necesitáis, y podéis estar seguros de que, en esos
momentos de reposo de Dios en el corazón de su criatura, nada os será negado.
Desde el momento en que habéis comprendido cuál es el lugar de mi reposo,
¿no quisieráis dármelo? Soy vuestro Padre y vuestro Dios, ¿osaréis negarme esto?
Ah, no me hagáis sufrir con vuestra crueldad con un Padre que os pide solo esta
gracia para él. Antes de terminar este mensaje quiero expresar un deseo a un cierto
número de almas consagradas a mi servicio. Estas almas sóis vosotros, sacerdotes,
religiosos y religiosas. Estáis a mi servicio, ya sea en la contemplación, ya sea en
las obras de caridad y de apostolado.
De parte mía es un privilegio de mi bondad, de parte vuestra es la fidelidad a la
vocación con vuestra buena voluntad. He aquí mi deseo: vosotros que comprendéis
más facilmente lo que me espero de la humanidad, rezadme para que yo pueda
hacer la obra de mi amor en todas las almas. ¡Vosotros conocéis todas las
dificultades que hay que vencer para conquistar las almas! Bien, he aquí el medio
eficaz con el cuál ganar para mí con facilidad una gran multitud de almas:
precisamente este medio es el hacerme conocer, amar y glorificar por los hombres.
Antes que nada deseo que seáis vosotros a comenzar primero. ¡Que alegría
para mí entrar antes que todo en las casas de los sacerdotes, los religiosos y las
religiosas!
¡Que alegría encontrarme, como Padre, entre los hijos de mi amor! ¡Con
vosotros, mis íntimos, conversaré como amigos! ¡Seré para vosotros el más discreto
de los confidentes! ¡Seré vuestro todo, que os bastará para todo! Seré sobretodo el
Padre que acoge vuestros deseos, colmándoos con su amor, con sus beneficios,
con su ternura universal.
¡No me neguéis esta dicha que quiero gozar entre vosotros! Os la devolveré
cien veces más y, porque vosotros me glorificáis, ¡también os honraré preparándoos
una gran gloria en mi reino!
Yo soy la luz de las luces: allá en donde esa penetrará habrá vida, pan y
felicidad. Esta luz iluminará al peregrino, al escéptico, al ignorante y os iluminará a
todos, oh hombres que vivéis en este mundo lleno de tinieblas y de vicios; ¡si no
tuvieráis mi luz caeriáis en el abismo de la muerte eterna!
En fin, esta luz le iluminará las calles que conducen a la verdadera Iglesia
católica a sus pobres hijos que todavía son víctimas de las supersticiones. Me
mostraré como Padre de los que más sufren en la tierra, los pobres leprosos.
Me mostraré como el Padre de todos aquellos hombres que están
abandonados, excluídos de cualquier sociedad humana. Me mostraré como Padre
de los afligidos, Padre de los enfermos, sobretodo de los agonizantes. Me mostraré
como el Padre de todas las familias, de los huérfanos, de las viudas, de los
prisioneros, de los obreros y de la juventud. Me mostraré como Padre en todas las
necesidades. En fin, me mostraré como el Padre de los reyes y de sus naciones. ¡Y
todos sentiréis mis bondades, todos vosotros sentiréis mi protección y todos
vosotros veréis mi potencia!
¡Mi paterna y divina bendición para todos, Amén!
¡Particularmente para mi hijo y representante, Amén!
¡Particularmente para mi hijo el Obispo, Amén!
¡Particularmente para mi hijo tu padre espiritual, Amén!
¡Particularmente para mis hijas, tus madres, Amén!
¡Para toda la congregación de mi amor, Amén!
¡Para toda la Iglesia y para todo el clero, Amén!
¡Bendición muy especial para la Iglesia del Purgatorio, Amén!
AMEN!”

“Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso”
Oración de Madre Eugenia
Dios es mi Padre
Padre mío que estás en los cielos, ¡como es dulce y suave saber que Tú eres mi Padre y
que yo soy tu hijo!
Sobretodo cuando está obscuro el cielo de mi alma y más pesada es mi cruz, es cuando
siento la necesidad de repetirTe: ¡Padre, creo en tu amor por mí!
Sí, ¡creo que tú para mí eres Padre en cada momento de la vida, y que yo soy Tu hijo!
¡Creo que me amas con amor infinito! ¡
Creo que velas día y noche sobre mí y que ni siquiera un cabello se cae de mi cabeza sin
Tu permiso!
Creo que, infinitamente Sabio haces que todo sirva para el beneficio de los que Te aman:
¡y aún bajo las manos que golpean yo beso Tu mano que sana!
Creo, ... ¡pero aumenta en mí la fé, la esperanza y la caridad!
Enséñame a ver simpre tu amor como guía en cada evento de mi vida.
Enséñame a abandonarme a Tí como un niño en los brazos de la mamá.
Padre, Tú sabes todo, Tú vés todo, Tú me conoces mejor de lo que me conozca yo
mismo: ¡Tú puedes todo y Tú me amas!
Padre mío, dado que Tú quieres que siempre recurramos a Tí, héme aquí con confianza
para pedirTe, con Jesús y María, ... (pedir la gracia que se desea).
Por esta intención, uniéndome a Sus Sagradísimos Corazones, Te ofrezco todas mis
oraciones, mis sacrificios y mortificaciones, todas mis acciones y una mayor fidelidad a mis
deberes (Si se reza esta oración como Novena añadir: "Te prometo ser más generoso,
especialmente en estos nueve días, en tal circunstancia... con tal persona...”).
¡Dame la luz, la gracia y la fuerza del Espíritu Santo!
Confírmame en este Espíritu de modo que yo no Lo pierda nunca, ni Lo entristezca, ni
Lo debilite en mí.
Padre mío, ¡es en nombre de Jesús, Tu Hijo, que te lo pido! Y tu, oh Jesús, abre Tu
Corazón y métele adentro el mío, y con el de María ¡ofrécelo a nuestro Padre Divino! ...
¡Obtiéneme la gracia que necesito!
Padre Divino, llama hacia Tí a todos los hombres. ¡Que el munto entero proclame Tu
Paternal Bondad y Tu Divina Misericordia! Sé para mí tierno Padre, y protégeme por todas
partes como a la pupila de Tus ojos. Haz que yo siempre sea digno hijo Tuyo: ¡tén piedad de
mí!
Padre Divino, dulce esperanza de nuestras almas.
¡Que Tu seas conocido, alabado y amado por todos los hombres!
Padre Divino, bondad infinita que se efunde sobre todos los pueblos.
¡Que Tu seas conocido, alabado y amado por todos los hombres!
Padre Divino, rocío beneficioso de la humanidad.
¡Que Tu seas conocido, alabado y amado por todos los hombres!
Madre Eugenia

Fuente: http://www.fatherspeaks.net/

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